En todo occidente, especialmente en Latinoamérica, vivimos una crisis de representatividad. La población no tiene aprecio por su clase política ni por sus elites económicas.
Por un lado, los políticos pertenecen a una clase endogámica que no tiene experiencia en el mundo laboral real, trabajando siempre en el gobierno, en alguna consultora o ONG que chupa recursos estatales. Por el otro lado, los multimillonarios son personas completamente alejadas del mundo real que no se ven interesadas en defender su país de origen y solo hacer más dinero. No parece haber un contrato explicito o implícito donde las elites se comprometen a defender al pueblo o sus intereses en caso de crisis. Lo único que si parece claro es la relación simbiótica entre los políticos y quienes tienen mucho dinero.
No parece haber un contrato explicito o implícito donde las elites se comprometen a defender al pueblo o sus intereses en caso de crisis.
El caso más duro y claro son las elites chilenas, frente a los ojos del pueblo son un grupo que se rige con reglas distintas que el resto y que sólo viven para multiplicar su poder económico e influencia política, sin asumir ningún riesgo en caso de crisis. Esta visión no es un mero prejuicio de las clases más bajas, desde comienzos del siglo XX la elite chilena es una plutocracia cobarde y que prefiere que otros peleen por ellos. Hoy la crisis política que se vive en mi país tiene su origen en el trato distinto que tienen las elites frente al resto, sin dar nada a cambio.
Basado en un análisis histórico, quiero hacer una propuesta para que las elites de nuestras sociedades vuelvan a ganar legitimidad a los ojos de la población: deben volverse cultas y con experiencia real en el mundo militar. En otras palabras, deben hacer un servicio militar y estudiar las carreras de humanidades clásicas. Para justificar esta idea planeo hacer un breve resumen de las aristocracias antiguas, como fueron cambiando con el tiempo, citando ejemplos destacados y explicar porque desaparecieron. Esto junto a una propuesta de cómo tomar las mejores costumbres de tales antiguas elites para mejorar las nuestras.
Una aristocracia guerrera
Una de las características de todas las sociedades antiguas hasta el presente cercano es que las elites dirigentes sabían pelear, e iban a la guerra cuando eran llamadas. Desde las sociedades tribales, pasando por la Grecia clásica, el periodo republicano romano, la sociedad feudal medieval, las guerras napoleónicas y finalizando en la Primera Guerra Mundial.
La aristocracia antigua tenía una serie de privilegios sobre el resto de la población, pero tenía el deber de pelear y dar la vida por el rey o la nación si eran llamados a las armas. Ser cobarde y rehuir del peligro era lo más deshonroso para un varón de la elite. Hoy son unos meros plutócratas o políticos de carrera con poco roce con el pueblo.
La cultura griega es uno de los mejores ejemplos de una sociedad aristocrática cuya elite estaba dispuesta a estar en primera línea para defender a su patria. Para comprenderlos debemos comprender su escala moral de valores, donde prima el areté, y su forma de combatir: la falange hoplita.
El areté
El areté es el concepto fundamental de su cultura y cuyo ethos no tiene algo similar en occidente. Se puede traducir como “excelencia” y su razonamiento se argumenta completamente en los libros Iliada y Odiesa. El epitome de ser hombre en la Iliada era saber pelear distinguidamente y estar dispuesto a combatir, es una virtud basada en la masculinidad heroica, otra cara de este concepto es saber mostrar astucia y siempre tener buenas maneras, que se ve reflejado en el libro la Odisea y su protagonista: Ulises. El areté tenía además una versión femenina, donde la belleza de la mujer, su capacidad de administrar el hogar y su influencia moderadora en el comportamiento de los hombres es parte intrínseca de una “mujer virtuosa”.
La falange Hoplita
Los guerreros griegos son uno de los ejemplos más emblemáticos de soldados de elite. El soldado hoplita griego, llamado así el hoplón, el escudo redondo que portaban, fueron por siglos los guerreros más exitosos del mediterráneo y, durante un tiempo no menor del periodo clásico, exclusivamente formados por ciudadanos de clase media y aristocrática. Explica el historiador clásico Victor Davis Hanson que las tropas hoplitas, consideradas de elite y de mayor prestigio, debían pagar de su bolsillo su equipamiento bélico, lo que restringía a ciertas clases sociales su participación en ellas1. Sostiene Hansen que esta costumbre tenía un efecto positivo en la guerra clásica: los ejércitos en pugna buscaban tener un solo encuentro armado que decidía el conflicto, evitando alargar la guerra y reducir las bajas totales.
Tal estructura militar y espíritu moral permitió a los griegos repeler a las fuerzas persas dos veces el siglo V antes de Cristo y tener el dominio del mediterráneo. Solo tras la guerra del Peloponeso comenzó el declive de las polis griegas, siendo sucedidas en relevancia por el imperio de Macedonia y luego Roma. Quienes siguieron mejorando el concepto de falange con el paso de los siglos.
Por supuesto para el guerrero victorioso había más que únicamente honores: si la guerra era ofensiva eran repartidos como botín territorios, bienes materiales y esclavos. Y si había que defender la polis, el premio era la libertad y que tus mujeres e hijos no cayeran en la esclavitud. Veamos ahora otro ejemplo.
El caballero feudal
Tras el colapso del imperio romano de occidente Europa fue dominada por distintos reinos independientes cuya estructura política estaba basada en el feudalismo y una inmensa población campesina semi esclava.
Si queremos imaginarnos tal elite debemos sacarnos de la cabeza mitos como el “Rey Arturo y la mesa redonda”. Mucho más realista es pensar en el luchador de la UFC Connor McGregor con armadura y espada en la mano.

Los aristócratas medievales eran incultos, violentos, inmorales, sin costumbre de hacer trabajo real, pero eran expertos en combate y estaban en primera línea en caso que el rey los llamara a la guerra. Y, al igual que con los guerreros hoplitas, el botín era un gran aliciente. En tal época, desde el siglo V hasta mediados del XV, la alta cultura era preservada en los monasterios y luego en las universidades fundadas por la Iglesia. Institución que tuvo un fuerte efecto moderador en el comportamiento de la clase feudal.
Debido a diversos cambios económicos y políticos esta aristocracia feudal sufrió una serie de transformaciones, que la volvieron casi irreconocible siglos después. Pero sin nunca perder su espíritu guerrero y siempre participando en las guerras nacionales. Pero esto lo dejaremos para el próximo artículo.
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Fuentes
- [Volver] – Hanson, Victor David. 1993 Routledge Hoplites: The Classical Greek Battle Experience.
No hay modo de re civilizar a esa elite que Ortega y Gasset describió tan bien en su “La Rebelión de las Masas”.
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Así es. Como siempre se agradece compartir el artículo si te ha gustado.
Saludos
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