Las Multinacionales no dominan el mundo, sino los Estados

Varias veces hemos escuchado, directa o indirectamente que las grandes empresas son quienes realmente dominan el mundo, siendo los gobiernos meros peones de sus oscuros designios.

Muchos ven a empresas de tamaño de Google, Facebook o Amazon como un riesgo para los estados modernos, con suficiente poder para elegir un presidente.

¿pueden las multinacionales realmente reemplazar a los estados-nación?, ¿tienen más poder real que algunos estados? Lo que quiero explicar en las próximas líneas es lo contrario, por varias razones los estados siguen siendo los actores supremos en las relaciones internacionales.

La lealtad de sus miembros

La primera gran diferencia entre un estado nación y una empresa es que los miembros de un país rara vez dejan de ser sus ciudadanos, las personas nacen y mueren perteneciendo a una bandera. Por el otro lado los trabajadores de una empresa usualmente llegan a ella ya adultos y la relación es sólo temporal. Esto genera dinámicas distintas respecto a la lealtad sentida hacía la institución

Por ejemplo: Yo, como ciudadano de Chile, país donde nací y crecí, están todos mis parientes y amigos, estoy dispuesto a dar la vida por mi patria en caso de guerra. Por el otro lado: Yo, como funcionario de la megacorporación multinacional X, llegué a trabajar aquí con 25 años de edad, estoy dispuesto a trabajar horas extras por un bono anual, pero tengo una vida personal que no quiero sacrificar por mi empresa. La diferencia es notoria.

La fuerza del estado-nación nace del vínculo de pertenencia y lealtad entre la nación y sus habitantes. Tal vínculo es, además, incondicional. Las empresas no tienen tal vínculo, jamás he escuchado a alguien decir: “voy a dar mi vida por Monsanto”

Cometiendo crímenes por la patria

Esta lealtad arriba mencionada genera otro comportamiento singular: no sólo hay ciudadanos dispuestos a cometer crímenes por su país, sino usualmente los estados los protegerán si tales actos promueven sus intereses estratégicos. Incluso si yo cometo un crimen y fuera condenado seguiré perteneciendo a mi país y este no me quitará la ciudadanía.

Uno de los mejores ejemplos que tenemos de esto en occidente fue el famoso caso “Iran-Contra” donde EE.UU. entregó armamento a los rebeldes Contra en Nicaragua, los que eran financiados con la venta ilegal de armas a Irán. La mayor parte de los condenados fueron perdonados, tuvieron penas reducidas o fueron indultados. Hasta hoy uno de los principales involucrados, Oliver North, sigue siendo considerado por muchos republicanos como un héroe de la política exterior de Reagan.

Así mismo, cualquier ciudadano que intente denunciar un crimen cometido por su país puede tener un futuro muy negro. Sobre todo si tal crimen no era para la ganancia de algún político de turno, sino que favorecía los intereses internacionales de su país. El caso del analista de la NSA Edward Snowden, hoy refugiado en Rusia tras revelar los métodos de espionaje norteamericanos, es un ejemplo perfecto de esto. Ni el gobierno de Obama ni el de Trump han mostrado interés en indultarlo.

Para qué hablar de Rusia, país que tiene la costumbre de envenenar con material radiactivo a cualquier nacional que atente contra sus intereses en el extranjero. Putin no usa indirectas y envía así un mensaje claro a otros posibles traidores.

Por el otro lado las empresas no premian a funcionarios que fueron sorprendidos cometiendo un crimen, incluso si era para favorecer a la empresa.  Es más, en algunos países si cometes una ofensa fuera de la empresa puedes ser despedido inmediatamente, en EEUU se ha llegado al extremo de despedir gente por escribir comentarios en Twitter. Las empresas no son leales a sus trabajadores, para ellas somos sólo un insumo.

¿Mi empresa está cometiendo un crimen?, ¡sálvese quien pueda!

Dependiendo del país, los empleados de corporaciones tienen varios incentivos a no cometer crímenes y denunciarlos a las autoridades si se enteran de uno dentro de la empresa.

En EE.UU. pocas empresas se atreven a evadir impuestos, dado que la legislación americana premia a los empleados que hagan una denuncia con parte del dinero recuperado. Por denuncias de montos sobre 2 millones USD, un denunciante se puede llevar hasta el 30% del monto. Sólo el año 2018 el Servicio de Impuestos de los EE.UU. (IRS) pagó 312 millones USD a varios denunciantes. ¿Qué me importa traicionar la empresa donde trabajé 25 años si puedo ganarme algunos millones?

¿Diste dinero para mi campaña?, ¡ni me acordaba!

Muchos indican que las empresas tienen enorme poder sobre los políticos por medio del financiamiento de sus campañas electorales. Si bien es cierto que tal financiamiento puede influenciar cómo se presentan leyes u otras facilidades, tal influencia es un contrato con letra chica.

Muchos que pasamos por economía conocemos el problema de “Agencia”, que se da en parte cuando alguien debe administrar dinero ajeno y al mismo tiempo tiene intereses distintos a los dueños del dinero. El pago para campañas a cambio de leyes sufre de este fenómeno.

Hay un problema de agencia que impide a las empresas tener control sobre los políticos: a los segundos no les interesa realmente el dinero de los primeros, sino ser reelegidos en el poder. En política las prioridades cambian de un día a otro, muchas veces olvidar lo ayer prometido a una empresa puede tener dividendos políticos hoy. Aquí no puedo dar muchos ejemplos sólidos, principalmente porque las empresas no indican por la prensa cuando un político no les cumplió una promesa contra financiamiento.

Las empresas son meros peones en el sistema internacional

Las noticias de esta semana no habrían podido darme el mejor ejemplo para el siguiente punto: la empresa china Huawei está enfrentando una serie de restricciones a nivel internacional debido al conflicto estratégico entre EE.UU. y China. La potencia americana acusa con bastante evidencia que Huawei es una agente al servicio del gobierno chino, a través del cual puede robar propiedad intelectual y secretos de estado. Meng Wanzhou, Gerente de Finanzas e hija del fundador de Huawei, fue arrestada en Canadá. Varios países aliados a EE.UU. han anunciado restricciones a sus productos. Las empresas solo prosperan cuando tienen el beneplácito del estado, no al revés.

En Rusia varios oligarcas rusos pasaron por la cárcel por no alinearse a las políticas del Kremlin. En EEUU ya han habido casos de empresas desmembradas por su tamaño, como Bell. Hoy existe presión desde el bando republicano de regular Facebook y Google por su probada censura a figuras políticas de derecha. El estado es quien define las reglas del juego y las empresas deberán acatarlas, o sus dueños pueden enfrentar un castigo.

Conclusión

No importa qué tan grande pueda ser una empresa y pequeño el país. Además de tener el monopolio de la fuerza legítima, los estados generan vínculos y dinámicas con sus ciudadanos que una empresa jamás podría desarrollar con sus trabajadores. Esta estructura social es la que permite a los estados dominar a las empresas no importa su tamaño. Tal realidad no va a cambiar jamás.

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